Todos recordamos cuando éramos niños y la cantidad de anécdotas que nos ocurrieron en aquella etapa. La mayoría de las veces añorada, aunque otras veces denostada. Esto claro está, según las experiencias que hayamos vivido. Nuestro entorno, familia, amigos, lugares, situaciones, educación … han influido en como somos ahora. También es cierto, que muchos comportamientos actitudes del ser humano son intrínsecas, y no resultan fácilmente moldeables. El periodo de la infancia se sabe que es el pilar de la existencia humana. Seremos un adulto u otro, según lo que hemos aprendido durante ese tiempo.
Ahora, que ya somos maduros y tenemos nuestra propia descendencia, sabemos el qué queremos para nuestros propios hijos, y lo que no. Esperamos que nuestros hijos puedan vivir en un lugar donde sean felices, dónde sean aceptados tal y como son, sin prejuicios; en el que pueden desarrollarse físicamente e intelectualmente como personas, y puedan aprender a convivir y a desenvolverse dentro de un ambiente en paz, igualdad, libertad, con justicia, solidaridad, prosperidad y armonizado con la naturaleza.
Nosotros que somos los entrenadores físicos y emocionales de nuestros hijos, queremos un entorno seguro para su crecimiento, en todos los niveles. Nuestro hogar es el primero en el que debemos instaurar políticas de entendimiento y equilibrio. Se sabe que este cubículo en el que pasamos una gran parte del tiempo de nuestras vidas, es el más poderoso en cuanto a influencia en el mundo infantil; aunque depende de las edades.
Desde los primeros años, el niño tiene que tener un clima de confianza donde pueda dejar fluir sus emociones. Y eso debe promoverse tanto en el hogar, como en el colegio. Desarrollará más fácilmente sus habilidades, en un lugar conocido donde siempre es bienvenido.
Las habilidades sociales de los niños se estimulan eficazmente a través del juego, primero en solitario, y más tarde, interactuando con sus compañeros. Lo que se denomina juego cooperativo. Esto, junto con la capacidad de exploración permanente y la imaginación, constituyen las bases de un correcto desarrollo emocional y físico.
Los juegos, además, son el vehículo perfecto para que poco a poco comprenda el mundo que le rodea. El lenguaje resulta esencial en el ser humano para comunicarse, por eso nunca te acuestes sin leer un cuento a tu hijo, ni los que tengáis niños mayores. Fomenta el desarrollo de su imaginación y de la inteligencia. No sólo, la inteligencia como tal entendida (brillantez académica, algo obsoleto en los tiempos que corren); sino, lo que se conoce como inteligencias múltiples. Es decir, las diferentes capacidades por las que las personas podemos conocer al mundo, que por ahora son ocho, aunque seguro que esta cifra irá subiendo, sabiendo que apenas conocemos una infinitesimal parte de la mente humana.
Conclusión: el cerebro de los niños es una esponja, por esta misma razón todos deberíamos encauzar correctamente los conocimientos, actitudes, o emociones hacia ellos. En nuestro largo camino, que es el de educarles y verles crecer, tenemos que tener siempre presente que estamos para darles amor, cariño, acariciarles y guiarles. ¡Uno aprende a ser padre o madre, siéndolo!.
